martes, 23 de enero de 2018

Despedida a Nicanor



Se murió Nicanor Parra y comienzan las conmemoraciones. Antes, el silencio perturbado únicamente cuando venían las nominaciones al nobel de literatura, y con ella la eterna espera de nuestro tercer contacto con el reconocimiento mundial de lo soberbio. Ese que chorrea más que la economía, y que por décadas nos ha hecho sentir a todos los de este terruño un poco mejor, solo por decir Gabriela.

Se fue Nicanor, y dicen que fue para arruinarle la fiesta a Piñera con una bofetada fúnebre a l anuncio de su gabinete. Pero no puedo creerles. Y es que no quisiera pensar que le preocupaba el actuar de idiotas y fantoches, a sus 103 años, no. No puedo sino imaginarlo yéndose ya estando un poco más allá, por sobre el oxímoron que se abre ante lo verdaderamente banal, y la poesía que allí descubrió.

Se murió, y en mi departamento el único libro que junta polvo es de él. Un regalo que dejé entibiar por más de un año, y digo más. No he leído un libro de papel en siglos. Vergüenza debería darme, lo sé. Los abandoné a todos en distintas casas por no tener una. Y sabía, un poco a ciencia cierta, que esta que me alberga tampoco sería una. Así que ahí siguen, en cualquier parte. Salvo Un puñado de cenizas.

Y saqué el polvo, y tomé las cenizas. Porque soy mundano, como cualquiera, y la muerte trae arrepentimiento sin miramientos al cuerpo flácido y desnudo, y a quien quiera que se esconda del calor tras cortinas a media asta y ventanas abiertas. La muerte trae conciencia de lo grandioso, y de ese pequeño balcón que da cara a la brutal e incesante paliza de edificios por construir al horizonte, al silencio.

Me repito entonces, e igual que con la muerte de Lemebel, hace unos años en este mismo día, vuelvo a tentar la suerte con la partida que no se juega. Vuelvo a escribir en el abandono y su cinismo, vuelvo a meter la cabeza en la gigante brecha que queda desde los espacios vacíos y aquellos bosques interminables de araucarias que dejaron esos titanes, los que tomaron su tiempo antes de que existiera y lo construyeron a golpe de palabras.

Pletórico por una gota de ego inconmensurable, día a día extiendo falsamente la mano hacia las estrellas fugaces, soñando siempre -y con crítico cuidado- llegar a ser una. Pero hoy, igual que hace tres años, la intención tras la mano es completamente distinta. Me extiendo esperando realmente alcanzarlo, inconsciente de lo burdo y las debilidades. Un intento crudamente honesto, porque es demasiado tarde, cuando tiende a aparecer lo cierto. Y extiendo la mano buscando alcanzar que al final de mis dedos se escuche una despedida. Un agradecimiento, profundo, esta despedida.


Gracias por cambiar mi mundo, por afectarlo, por escribirlo. Mi mundo que entre texto y texto, entre artefacto y artefacto, es el de tantos y tantas otras. Muchas gracias por el regalo, gracias Nicanor, simplemente gracias, por las palabras.

lunes, 8 de enero de 2018

8 de enero 2018

Désolé. Más allá de la tristeza. 

Desolado, como un páramo. Un páramo vacío, que quizás alguna vez tuvo algo. Que quizás en algún momento albergó vida. Que, quizás, en una época distinta, fue un paisaje.

Je suis désolé. Curioso que de lo poco que uno sabe de otro idioma, se disparen palabras tan certeras. Como si nos buscaran para traducirlas. Sólo a ellas.

Desolado. Como un páramo. 

Desolado, como se queda quien tenía una sola esperanza, y la observa marchitarse en cámara rápida. Acelerada, furiosa. Sin la piedad de un respiro.

Desolado, lo repito una y otra vez. Desolado. Porque incluso la muerte se aburrió de andar descalza por dónde hubo pasto.

¿Qué queda después?, ¿qué hay después de ser abrumado por la indiferencia más cristalina, más carente, de frialdad, de calor, de tibieza si quiera?, carente y absoluta indiferencia. 

¿Qué palabras brotan cuando hasta la mala hierba se a quitado su propia vida, aburrida de ser buena, de ser la única compañía?

Desolado/Desolado/Desolado

Una y otra vez, desolado. ¿Es el eco lo único que habita a este ente?, ¿a este páramo?, ¿este pecho?


Desolado, sin rabia ni pena. Más allá de la tristeza.

Désolé

miércoles, 20 de diciembre de 2017

20 de Diciembre 2013


Hoy solo me consuela silbar así.
Y nada me desconsuela previamente, pero todo me abruma. Como una niebla negra que bulle entre las grietas de la acera e inunda el aire. Como un smog desde abajo, y como si ese smog fuese maligno, como si concentrara stress, indiferencia, vacío inútil, superficialidad abrupta y explosivamente excesiva. E hiciera más grave la gravedad. Y nos arrancara algunos átomos, derritiendo la bondad.
Pero entonces silbo.
Y se mueve un poquito esa bruma. Y me deja pasar. Y no hace tanto daño. Y como voy en bicicleta, se abre un poco más. Y desaparece casi por completo -excepto cuando tengo que frenar de improviso y rápidamente trata de agarrarme de nuevo-, pero entonces silbo con más fuerza.
Y silbo así..

jueves, 7 de diciembre de 2017

6 de Diciembre 2017


Y pensaba, al mirar aquel valle, que para apreciar honestamente un paisaje hay que hacer al olvido capaz de levar ancla en el corazón.

Levar ancla para que éste pueda zarpar y navegar un mar de tribulaciones, como la propiedad de las cosas y los sentidos de pertenencia, que corroen profusamente el lugar que se habita.

Navegar, por sobre las violentas olas que provoca aquel tullido esfuerzo de la mente por asfixiar con comprensión futuro y pasado.

Navegar, libre y desolado, sorteando los roqueríos interminables de circunstancias nimias y latentes, que escapan inclaudicables de imágenes y poros.

Navegar. Azaroso, pero abierto. Conectado tan directo y absoluto con las estrellas como con los ojos. Maravillado corazón, rebosante de tranquilo miedo y gotas de silencio.

Solo así se puede sentir un paisaje, volviendo a la sinceridad del pecho infante, a la mirada desorbitada, a la sonrisa como saludo automático del alma a la fantasía encarnada en horizontes y sus siluetas.

O quizás, sólo así es que puedo encontrar destino, en aquellos destellos, esos fugaces momentos, en que el olvido me ha regalado, al levar la pesada ancla, la ligereza de mi mismo.

martes, 31 de octubre de 2017

31 de Octubre 2016


En un principio quise eso, lo tuve, me aburrí. Y ya no lo quise más.

Lo dejé entonces, pero al tiempo volví a quererlo. Quererlo un poco distinto eso sí, a ver si no me aburría esta vez. Entonces no lo tuve.

Después aprendí a no quererlo, pero lo seguía queriendo, quizás inconscientemente, y lo tuve una vez más. Ahí fue cuando me lo quitaron, no me alcancé a aburrir. Ahí dolió.

Después decidí no saber si lo quería o no, y me anclé en la evasión, en la incertidumbre.

Y así fue pasando el tiempo hasta que no me di cuenta que lo tuve nuevamente. Lo tuve. Lo tuve y se perdió. Solo se perdió.

Y después me perdí yo. Me perdí en cuantas veces pasó lo mismo, entonces dejé de tener sentido. Y quedó todo, en desorden. Y al mismo tiempo. Siempre.



jueves, 26 de octubre de 2017

25 de Octubre 2013 (Edición 2017)

Robo un espacio.

Hoy fui profesor, y alumno.
No todos los días se vive así.
A veces, sólo mandamos mails y llamamos por teléfono.
A veces sólo vendemos. O no vendemos, y es peor.

Y siento desde mi parietal alzarse las gruesas murallas
De piedra cruda, gris, pesada
Reacción elemental, al tratar de flexibilizar la experiencia
Con palabras, con brechas
Que derritan las causalidades, e intuyan un algo más

Busco disolverme,
Y desparramarme, para sobrecargar lo evidente
busco rebalsar la copa

Poco a poco voy entrando en el armario de lo que no es incertidumbre
Pero tampoco certeza
Y los objetivos concretos se transfiguran, metamorfosean

Y los aprendizajes se hacen polillas, que se hacen pelusas, que se hacen esporas, que se hacen algo así como pétalos que nadan en el aire

Y ya estoy más allá.

Me perdí, y por fin me siento en casa

Ya no hay muralla, ya no hay cadenas, ya no hay armario
Solo están en su ausencia
Tranquilizadora ausencia

Me rasco, vuelvo al presente. O algo así.

Intentémoslo de nuevo.

Hoy exploté un poco, en direcciones amables.
Pero es recurrente recular,
Y quedar nuevamente bajo el techo,
Que se encoje en mi cabeza

Respiro

Vuelvo a abandonarme al río
Tibio, un poco más helado que cálido
Los árboles se mecen, con suave viento
Todo volverá atrás desde el atardecer
Hasta que la noche crea que es prudente llegar
Cuando estemos secos
Cuando estemos listos

A veces me saco una sonrisa solo
Sé que puedo vivir, por eso.

Hasta que me pille el olvido en un mal momento
No quiero pensar mal

Sólo abrazaré la sencilla amistad de los universos que se enraízan en las venas
De mis brazos, de los tuyos

Y confiaré en que alguna vez nos encontraremos, paseando, desde nuestras capsulas
A ratos libertarias, 
Que entienden que solo pueden amar su fin

Pero, por ahora, no quiero decir nada más
Egoísmo sensato
Estoy feliz no estando ahí
Descansando
Dónde me ven

lunes, 16 de octubre de 2017

16 de Octubre 2017

Me molesta en exceso la inequidad, en su amplio y extendido sentido, ¿será el T.O.C.?

Quién sabe.

Me he ganado el apelativo de defensor de causas perdidas como eufemismo de otros epítetos que se dicen cuando no estoy.

He desesperado a muchos, aburrido a otros. Pero no puedo evitar la pasión que impulsa a tratar de darle una mano a algo hundido.

A veces no tengo razón, me equivoqué en la evaluación. A veces no consigo mover un milímetro la percepción. A veces se mezcla el ego y lo enloda todo.

Pero una y otra vez salgo a ese lugar. Más allá de lo políticamente correcto, más allá de lo sensato. Y cuando presiento que nada evitará la caída libre a la desgracia le rezo a Nina Simone, y pido no ser malentendido.

No siempre me escucha.

La empatía me parece un arma ciertos días. Una navaja de doble filo enfundada en el cinismo.

Lo complejo en sí, su totalidad, es ornamental. ¿Qué más podríamos esperar de afrentas de lo individual? Y las capas las mismas de siempre: cercanía, rabia, impotencia, ceguera. El lugar común.

Las capas que cubren la posibilidad de entenderse.

Quizás soy el pecado de ὕβρις, y mi naturaleza es ir contra los Dioses modernos, contra lo intocable. No dejar nada incuestionable.

Quizás mis ojos, en su enfermedad, pueden ver la desigualdad en el corazón lo furibundo. Aún envuelta entre las llamas.

Quizás no. No sería la primera vez que simplemente todo se desmorona con un simple: No.

Pero seguiré sumiso ante la conjunción de pensamiento, sentimiento y sentido. Y me obedeceré a mí mismo, soy hijo de mi triada.

Estoy y soy compelido, cándido, suicida o salvaje, a oponerme al tsunami.


A enfrentar con vehemencia los sesgos más ocultos, y silenciosos, de la injusticia. De la inequidad.