Se
murió Nicanor Parra y comienzan las conmemoraciones. Antes, el
silencio perturbado únicamente cuando venían las nominaciones al
nobel de literatura, y con ella la eterna espera de nuestro tercer
contacto con el reconocimiento mundial de lo soberbio. Ese que
chorrea más que la economía, y que por décadas nos ha hecho sentir
a todos los de este terruño un poco mejor, solo por decir Gabriela.
Se
fue Nicanor, y dicen que fue para arruinarle la fiesta a Piñera con
una bofetada fúnebre a l anuncio de su gabinete. Pero no puedo
creerles. Y es que no quisiera pensar que le preocupaba el actuar de
idiotas y fantoches, a sus 103 años, no. No puedo sino imaginarlo
yéndose ya estando un poco más allá, por sobre el oxímoron que se
abre ante lo verdaderamente banal, y la poesía que allí descubrió.
Se
murió, y en mi departamento el único libro que junta polvo es de
él. Un regalo que dejé entibiar por más de un año, y digo más.
No he leído un libro de papel en siglos. Vergüenza debería darme,
lo sé. Los abandoné a todos en distintas casas por no tener una. Y
sabía, un poco a ciencia cierta, que esta que me alberga tampoco
sería una. Así que ahí siguen, en cualquier parte. Salvo Un puñado
de cenizas.
Y
saqué el polvo, y tomé las cenizas. Porque soy mundano, como
cualquiera, y la muerte trae arrepentimiento sin miramientos al
cuerpo flácido y desnudo, y a quien quiera que se esconda del calor
tras cortinas a media asta y ventanas abiertas. La muerte trae
conciencia de lo grandioso, y de ese pequeño balcón que da cara a
la brutal e incesante paliza de edificios por construir al horizonte,
al silencio.
Me
repito entonces, e igual que con la muerte de Lemebel, hace unos años
en este mismo día, vuelvo a tentar la suerte con la partida que no
se juega. Vuelvo a escribir en el abandono y su cinismo, vuelvo a
meter la cabeza en la gigante brecha que queda desde los espacios
vacíos y aquellos bosques interminables de araucarias que dejaron
esos titanes, los que tomaron su tiempo antes de que existiera y lo
construyeron a golpe de palabras.
Pletórico
por una gota de ego inconmensurable, día a día extiendo falsamente
la mano hacia las estrellas fugaces, soñando siempre -y con crítico
cuidado- llegar a ser una. Pero hoy, igual que hace tres años, la
intención tras la mano es completamente distinta. Me extiendo
esperando realmente alcanzarlo, inconsciente de lo burdo y las
debilidades. Un intento crudamente honesto, porque es demasiado
tarde, cuando tiende a aparecer lo cierto. Y extiendo la mano
buscando alcanzar que al final de mis dedos se escuche una despedida.
Un agradecimiento, profundo, esta despedida.
Gracias
por cambiar mi mundo, por afectarlo, por escribirlo. Mi mundo que
entre texto y texto, entre artefacto y artefacto, es el de
tantos y tantas otras. Muchas gracias por el regalo, gracias Nicanor,
simplemente gracias, por las palabras.